En este discurso, el Padre reflexiona sobre la interconexión entre lo sobrenatural y lo natural en el Evangelio, destacando cómo estos dos mundos, aparentemente distantes, se entrelazan de manera armoniosa tras la Encarnación del Verbo. Explica que, aunque seguimos siendo criaturas, estamos elevados por la gracia al orden sobrenatural, compartiendo de alguna manera la vida de Dios. El orador señala que a menudo nos resulta difícil comprender lo sobrenatural y tendemos a complicarlo innecesariamente. Utiliza ejemplos del Evangelio, como la visita de María a Isabel y las dudas de San Juan Bautista, para ilustrar cómo lo divino y lo humano, lo sublime y lo cotidiano, están íntimamente conectados. El Padre critica las interpretaciones complejas y artificiales de eventos bíblicos, argumentando que la realidad suele ser más sencilla y cercana a la experiencia humana. Sugiere que nuestra dificultad para entender lo sobrenatural se debe a nuestra falta de inmersión en ese mundo, y que una vida de fe más sincera y una práctica seria de la oración nos ayudarían a comprenderlo mejor. Finalmente, el orador enfatiza la importancia de que los sacerdotes actúen como verdaderos "pontífices", conectando lo divino y lo humano. Concluye recordando que, aunque lo sobrenatural es inefable y maravilloso, también es accesible y cotidiano para nosotros gracias a la Encarnación del Verbo.